Pocas historias han producido en la gente tantas emociones encontradas como la del hundimiento del barco (Royal Mail Steamship) R.M.S. Titanic. El colosal crucero que zarpó de Southampton, Inglaterra, tenía presupuestado llegar a Cherbourg (Francia), Queenstown (Irlanda) y finalmente a Nueva York (Estados Unidos), respectivamente. Sin embargo el giro que el destino había trazado para la inmensa embarcación sería muy distinto. El 14 de abril de 1912 cerca de las 23.40, el casco de proa choca abruptamente con la punta de un iceberg, a la altura de Terranovaen el frio corazón de Atlántico Norte. Aproximadamente 1.572 personas morirían por ahogamiento o hipotermia ―la temperatura de las aguas glaciales alcanzaron su punto de congelamiento―.
Fuente: diario ABC de 1912
Las dimensiones del barco, eran tales que, de hecho, incluían habitaciones completamente amuebladas, zonas de esparcimiento, salones de baile, saunas, casino y otras suntuosidades. A bordo de esta ciudad flotante ―quizá una de las más fastuosas jamás vistas―, varias parejas vivieron sus propios dramas personales en medio de aquella trágica jornada.
Tras dejar el puerto de Southampton, el Titanic llega a Cherbourg, y al zarpar del puerto francés, una pareja de jóvenes aristócratas españoles va en el barco con destino a Nueva York, junto a sus dos muchachas asistentes y un mayordomo.
Fuente diario Mundo Gráfico, 1912
Obedeciendo a la macabra lógica de las casualidades, la historia de esta joven pareja, tiene varias similitudes con las del filme Titanic de James Cameron, pese a que este no tuviera conocimiento de la trágica historia de los enamorados. En París, uno de los mayordomos permaneció para velar la huida del matrimonio, al que la madre del esposo, advertía cual si fuera una Moira: “Id en lo que queráis ―advertía preocupada a su hijo―, menos en un barco…”
Víctor Peñasco y María Josefa de Pérez Soto, eran respectivamente, hijos de poderosas y prestantes familias españolas. Víctor, con 24 años, era nieto de uno de los ministros de estado del rey Alfonso XIII, José Canalejas; por su parte, María Josefa era miembro de la alta sociedad madrileña. Tras la boda, los novios pretendían hacer un tour por Europa, acompañados por su criado y Fermina Oliva, su joven doncella de compañía.
El matrimonio: Víctor Peñasco y María Josefa Pérez de Soto
Precisamente durante su estancia en París, mientras hacen su exquisita correría, se enteran del revuelo causado por el inmenso crucero inglés. Desoyendo los consejos de la madre del novio, toman el barco, dejando a su criado Eulogio, quien se encargaría de encubrirlos haciéndose pasar por ellos, enviando postales parisinas para la familia en España
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Luego, recordaría Josefa, la gran impresión que le causara el aparato fastuoso, el lujo y la magnificiencia de todo cuanto había dentro del crucero. El capitán del Titanic, para poder llegar a Nueva York en cinco, de los siete días que se requerían para cruzar el océano, decide emprender la ruta del norte de Inglaterra y poner a navegar a toda máquina aquel titán de los mares. Durante la cena de ese 12 de abril de 1912, la pareja cenó exquisitamente, al compás de la orquesta que poseía el salón principal del fantástico barco. Tras cruzar palabra con una pareja de argentinos, el matrimonio español se dirige a sus habitaciones. Eran las 11 de la noche. Y el Titanic se apresuraba a su encuentro con la fatalidad: una inmensa mole de hielo a medio quilómetro de la proa, dada la velocidad de la nave, el capitán no tendría tiempo de corregir el rumbo.
El Titanic hundiéndose: la mayor tragedia naval del siglo XX
Un aparatoso ruido despertó a los que dormían y saco del letargo a los que empezaban a conciliar el sueño. La cubierta hervía pocos minutos después, no reflejaba en absoluto la calma del mar helado iluminado por la luna; se dispuso que el orden de abordaje de los botes salvavidas seria de acuerdo a la condición social y la edad y género: la primera clase, niños mujeres y ancianos… sucesivamente hasta que se coparan todos los puestos. Víctor y María Josefa se disponían a abordar el bote, cuando una mujer con un niño en brazos, le obligo a él a ceder su puesto. María Josefa, desesperada lloró y entre sollozos, llamaba a su amado Víctor, fue una escena desgarradora, según testigos, escuchar sus gemidos al saber que no volvería a ver jamás a su amado y joven esposo, que se enfrentaba a una muerte segura.
Poco a poco, se fue hundiendo aquella ciudad flotante, arrastrando consigo como un lastre, parte de la tripulación, como si toda una época se fuera al fondo del mar en un parpadeo.
María Josefa, fue rescatada por un barco de nombre “Carpathia” que acudiera a rescatar a los náufragos perdidos en el océano. De más de 2.000 pasajeros, solo 705 sobrevivieron. María Josefa se estremeció al saber que Víctor no estaba en esa lista. Pero faltaba aun un episodio más doloroso: al arribar a Nueva York el barco con los muertos rescatados del Titanic, tampoco él se hallaba entre ellos. Ya que María Josefa estaba viuda a sus 23 años, ella y su familia se vieron dentro de un gran lio legal: pues para poder hacer uso de la herencia de su difunto esposo, era necesario presentar un cadáver, pues sólo hasta que hubieran pasado veinte años se daba por perdida una persona, y se podía proceder a las ejecutorias legales. La madre de Víctor decidió comprar un cadáver para hacerlo pasar por él. María Josefa, se casó de nuevo, pero el recuerdo de su esposo y de la tragedia del Titanic, nunca la abandonaría hasta su muerte.
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