Chopin - Nocturno nº 2 Op. 9

Supongo que este año, he redescubierto la música clásica. La gran variedad de obras que se incluyen en este campo me aturden, no puedes esperar conocerlas todas, simplemente disfrutarlas a su paso, como los segundos, y los minutos. El poder del piano destaca entre todas ellas, tiene un sonido que bien puede ser como las olas del mar bañando la orilla, o los truenos de una cruel tormenta, es el señor de todos ellos (los instrumentos). Lo cierto es que me encanta, y me dice lo que nadie puede decirme.
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No sé si es muy conocida ya que no tiene un apodo como "Claro de Luna" (Beethoven, Debussy), es simplemente el segundo Nocturno de Chopin.  Los nocturnos, como su nombre indica son piezas inspiradas en la noche (algo que adoro), tranquilas, melancólicas a veces, como las lágrimas. Aunque tengo mis teorías, puesto que Dorian Gray (el mismo) dice: "la belleza, la simple belleza, podía llenarte los ojos de lágrimas" ("El Retrato de Dorian Gray" Oscar Wilde). Es decir quizás sea la belleza de la pieza, su sencillez... La pieza tiene en la mano izquierda un silencioso y grave acompañamiento, a una delicada derecha y más aguda y cristalina melodía. Esta melodía no suena en los oídos, sino directamente en otro lugar más hondo. 
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La obra de cuatro minutos y medio, empieza narrando una tragedia (Beauty of Tragedies, hablaremos), algo que empezó como una joven primavera, y que tal vez fue marchitada por un algo inevitable, lo que ocurrió es que los efectos permanecieron para siempre, convirtiéndola en inolvidable. Hay algo de amor, pasión, incomprensión y un ápice de locura. Habla en un idioma desconocido, pero que misteriosamente  se comprende como el llanto de la desilusión. La música te pide que te dejes llevar, y tú la sigues obnubilado,  quieres saber que ocurre con la historia, la tragedia; sin embargo no se altera ante lo inexorable y singue tranquila su curso como un riachuelo de tierras lejanas, que llega hasta el infinito...
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Simplemente me encanta, me dice demasiado como para despreciarla:

Bob Dylan


Bueno, me dijo el escritor del anterior comentario que me animase y contribuyese a su serie de ‘’perlas’’. Y, como él mismo hizo ( tenemos este gusto en común) esta ‘’perla’’ es una obra musical. Ya que Wilson no se adentró en la gran familia de la música rock, me decido a hacerlo yo. Una época: el siglo XX. Un hombre: Bob Dylan. Un título: Blowing in the wind.
No elijo esta obra por su complejidad musical o artística, ni por sus características estéticas o por cualquier otra característica. La elijo por su letra.
Como solía hacer, el gran mago de las palabras, el poeta atormentado, el genio rebelde y extraordinario del (entonces joven) Dylan da la vuelta al mundo con estas palabras:
‘’¿Cuántos caminos ha de caminar un hombre, antes de que lo llamen hombre?’’
Y durante los tres minutos escasos de esta canción, Dylan deja en el aire nueve preguntas y solo una conclusión: ‘’la respuesta amigo mío, está flotando en el viento’’. Al más puro estilo de la canción-protesta, ‘’enunciamos el problema, pero no la solución’’.
No conozco canción que arremeta tan duro contra los problemas mundiales, ni contra los dirigentes políticos que los provocan. En tres minutos, la voz cascada y la guitarra acústica de Dylan condenan la esclavitud, el terrorismo, el homicidio, el hambre, la indiferencia, la explotación y la guerra de una forma tan directa que no sorprende que su harmónica se pasease por los cinco continentes durante meses seguidos.
Y, si salimos de la canción, y nos dirigimos al artista, nos daremos cuenta de que Dylan dispara un dardo envenenado a las conciencias de todos los hombres que, en palabras de la misma canción ‘’fingen que simplemente no ven’’.
Y, en el mundo, hasta entonces, nunca nadie había protestado tan contundentemente.

ARCANGELO CORELLI

Adagio Concerto Grosso Op. 6, No. 8 in G Minor.
Ahí va mi primera “perla” (aunque no por ello la más importante ni la más hermosa). Quiero comenzar con un fragmento de belleza en forma de sonido. Sí. Música. Aunque, como ya dije, no permitiría nunca que la humanidad viviera sin conocer la música de Springsteen (sería perder demasiado), hoy me dirijo a los santuarios de la música clásica. Me remonto a una época: albores del siglo XVIII. Una tierra: la grande y bella Italia. Un músico con nombre y arte angelical: Arcangelo Corelli. Un título: Adagio Concerto Grosso Op. 6, No. 8 in G Minor.

Son apenas dos minutos, pero nos abren la puerta de lo eterno. Sinceramente pienso que esta obra condena la esencia de la belleza entendida desde la perspectiva del barroco. Armonía. Luz. Equilibrio. Cadencia. Esa belleza apolínea y dorada que, a fin de cuentas, todo ser humano anhela (a veces sin saberlo).

Como comentario os diría que los violines parecen dibujar una arquitectura delicada y solemne al mismo tiempo, quizá lo más parecido al boceto de un templo griego. Pero no se queda ahí. Además de formas bellas, de acordes armónicos y de una melodía casi divina, consigue llegar como una lanza al fondo del corazón: conmueve.

Un consejo: atención a la última parte del movimiento. Es como el final de una vida lograda y heroica. Aparece de modo epifánico y deslumbrador. Asistimos a un diálogo de violines que se repiten y entremezclan, ascendiendo unos a otros hasta culminar en un acorde sencillamente magistral.

Una breve historia. En los años que viví en Roma, una mañana de abril soleada y diáfana, hice un maravilloso descubrimiento. Paseando por una de las plazas más hermosas de la ciudad, entré en el Pantheon. Allí me dirigí a la tumba del divino Rafael, y me conmoví al traducir su epitafio: "Aquí yace Rafael. Mientras él vivió, la Naturaleza temió ser vencida, ahora que está muerto, ella teme morir” ("Ille. Hic. Est. Raphael timuit quo sospite Vinci, rerum magna parens, et moriente, mori"). A unos pocos pasos, el descubrimiento que os decía: la tumba de Arcangelo Corelli. Sonaron en mi interior los acordes del adagio y pensé que la naturaleza también temió entonces ser vencida.

Wilson

el tercio de los sueños

Qué me llevaría a una isla... una toalla y gafas de buceo.

La verdad es que lo que propone Wilson no tiene fácil solución. Efectivamente. A Calamaro no me lo llevaría, pero como quiero haceros partícipe de su música os dejo con esta canción... más adelante pensaré en la obra maestra.

Tengo que decir que he pasado un rato para seleccionar una sola. Hay tantas y tan buenas. Finalmente para zanjar el asunto me decido por "El tercio de los sueños". Canción que habla de lo cotidiano, de un suceso... canción que se va construyendo se va desarrollando al paso, una cosa tras otra. Para cambiar de tercio os dejo este link.

El faro de Suecia


Soporte: Cartón

Material empleado: Óleo

Título: El faro de Suecia

Sobre el cuadro: Este fue mi último óleo, pues se me acabó, y ahora estoy pintando mi primer acrílico, que no tiene nada que ver... ¡Hecho tanto de menos el óleo!, pero bueno, así es la vida... goodbye óleo, hasta los reyes del año que viene (si baltasar quiere).

¿Qué te llevarías a una isla desierta?

Hace unos días, mientras tomaba una cerveza con un amigo en una de esas tardes tibias y perfumadas que de vez en cuando nos regala el mediterráneo, salió la pregunta sobre qué libros te llevarías a una isla desierta. Pasada la velada, la cuestión me hizo pensar. Más que en una isla desierta, me imaginaba, qué pasaría si un día de estos, al encender el televisor, el telediario nos anunciara la inminente eclosión de un meteorito que diera por finalizada la vida del llamado planeta tierra. Si esto ocurriera, cabe pensar que se nos brindaría la posibilidad de, además de encomendarse a las divinidades que cada ciudadano considerara oportunas, construir una flota de cohetes espaciales que nos permitiera salir del choque mortal. El problema es adónde iríamos… En fin, no era eso lo que me preocupaba. Me inquietaba saber qué haría si me dieran la posibilidad de escapar de la eclosión llevando conmigo una maleta, una mochila o algún tipo de recipiente para tantas cosas que me gustaría rescatar del olvido eterno. Si una fortaleza de acero construida bajo tierra nos salvara del meteorito, ¿qué salvaría para la posteridad? ¿Qué cuadros, qué libros, que música…? Ahora con el ipod no hay problema de espacio, sin embargo, la pregunta sigue en pie: qué dejaría y qué me llevaría (tic-tac, tic-tac…).

Confieso que esta mañana, mientras me cepillaba los dientes, la duda devastaba por completo mi alma. Si me pidieran diez libros, ¿cuáles escogería? Sé que gran parte de la duda estriba no tanto en la dolorosa elección de condenar un trozo de belleza a la oscuridad de la no-existencia, sino en que, de un modo público y notorio estaría confesando la textura de mi alma. Me explico. Revelar por orden los libros que salvaría de una hecatombe mundial es algo así como fotografiar mi interioridad y subir las fotos en Internet. No hay nada más práctico para conocer una persona que visitar su pequeña biblioteca personal.

Sin embargo, otro problema aflora a la hora de confesar públicamente el ranking de mi personal sensibilidad artística. Y el problema es el siguiente: ¿Cómo no voy a poner entre los elegidos “La Odisea” o la 9ª sinfonía de Beethoven? Sería un insulto para la crítica. Y quizá lo sea, porque Homero es uno de los grandes y La Novena contiene el dorado vértice de la riqueza inconmensurable de otro genio. Es cierto, lo acepto. Borges decía que “todos somos griegos”. Y es verdad. Pero, ¿y si Homero no estuviera entre mis diez elegidos? ¿Tendría el valor y la honestidad de decirlo públicamente? ¿Sería capaz de decir que antes me llevaría a Dumas o a Bécquer? Sinceramente, no lo sé. Creo que no. En todo caso, estoy seguro de que no me iría a una isla desierta sin el Born to run de Springsteen.

En fin, así es la vida. Hasta que no te tiras al agua, no sabes si está fría.

¿Y la lista? Sigue en el aire, como dice Dylan. De momento se me ocurre proponer una idea que nos pueda servir como trampolín para llegar a la solución del enunciado. Es la siguiente: en vez de enunciar un elenco de las diez obras imprescindibles e imborrables, simplemente proponer una obra que se considere de un valor tal que baste para redimirla de la quema del olvido.

Pienso que defender una obra artística (la que sea) puede ser un buen ejercicio para descubrir trozos de humanidad que cada uno alimenta silenciosamente en el alma. Un ejercicio que puede dar luz a otras almas, abiertas -sin saberlo- a la belleza.

En la siguiente entrega defenderé una obra que nunca permitiría que el silencio borrara su rostro. ¿Y tú, qué defenderías del olvido?

Wilson

Ojalá

Silvio Rodríguez, cantautor y poeta cubano, retoma el clásico asunto de las contradicciones del sentimiento amoroso. Con su característico timbre de voz, nos transporta directamente hasta el límite entre lo sublime y lo patético (en su significado etimológico) del enamoramiento.


Aprende, como aprender a cantar.

El Palatino

Siempre se ha hablado de las contribuciones que ha hecho el hombre a la propia humanidad. Se ha admirado a personas por sus palabras, sus discursos, sus trazos, sus hallazgos... Pero creo que no es suficiente, hay determinadas personas cuya aportación a la humanidad es tal, que constituye un bien y no tan solo un mérito. Estos héroes del palatino de la humanidad, entrarán en el reino de los cielos directamente, por el gran bien que han hecho: exacto, pasaporte libre. ¿Entonces el arte, y el humanismo no son únicamente caprichos, o novedades agradables y bellas? Me temo que no. El arte es el lenguaje de la belleza y la belleza la letra "B" de bien. (Se nota que no soy ningún experto). El palatino estará lleno de pensadores, músicos, artistas... Se oirán los acordes más sublimes descubiertos por la humanidad, la luz allí será más intensa... Desgraciadamente,  han sido rechazados por la humanidad y apartados, no han sido comprendidos por los de su tiempo, la locura y una melancolía ambiciosa se apoderaron de ellos, haciéndolos aparentemente insensibles a lo exterior... En fin el arte no es el único tipo bien, pero si una parte importante... Saborea cada instante. El palatino...

La gran ciudad.

En su día, tuve la ocasión de visitar la gran ciudad de Madrid, capital de nuestra gran nación. En ella el visitante tiene la oportunidad de admirarse ante la magnificencia de sus edificios mientras recorre sus calles empedradas con sus zanjas y sus obreros, observando los parques, los elegantes negocios, los flamantes deportivos que surcan sus calles y por supuesto su variopinta población multicultural, multirracial, multiusos… Además de su patrimonio artístico que reúne la más exquisita selección de obras de todos los rincones del país. Todo bajo la atenta mirada y la mano férrea de la burocracia presente ahí más que en ningún otro sitio con sus hordas de servidores trajeados y sus largas colas de individuos encogidos ante su poder.
En definitiva diríase que es el cerebro incansable de la nación donde se amontonan sus ideas, recuerdos, pensamientos etc. Tantas cosas son, las que hacen de Madrid una ciudad única.

Fernando Álvarez.