Eutanasia
Una de dos; o nos estamos convirtiendo en piedras, o cada vez entendemos menos del amor humano.
El otro día oí que, en un concurso que imitaba el Parlamento europeo, jóvenes de 16 y 17 años discutían y proponían leyes acerca de la eutanasia voluntaria. El escalofriante dato de la aplastante votación a favor de la muerte me dejó patidifuso.
Bajo el últimamente todopoderoso grito de ¡libertad!, y llenos de una curiosa “humanidad”, nuestros jóvenes intelectuales sentenciaron a muerte, (una muerte digna, eso sí, con música clásica de fondo, para que no se diga), a los pobre infelices que, viendo apagarse la vitalidad de otros tiempos y rotos por el dolor, no se les ocurre otra cosa que pedir el finiquito para abandonar este mundo “de mierda”, (así lo suelen apellidar, sin perdón).
No sé…, quizá podemos plantearnos, como decía un médico que de estas cosas entiende bastante, que cuando un moribundo pide que le manden al otro barrio, en realidad lo que está pidiendo es que le quieran.
Quizá podemos pensar que no se equivocaba Gabriel Marcel cuando escribía aquello de que “Amar a una persona es decirle: tú no morirás”.[1]
¿Y si en lugar de pensar la manera de facilitarles el pasaporte nos propusiéramos de verdad el modo de conseguir que vuelvan a querer vivir?
No me creo que una persona que se sabe querida quiera morirse: “Sí, ya sé que me queréis un montón… yo también os quiero una barbaridad… pero os jodéis, me muero.”
Hay gran diferencia en decirle a una persona “¡Qué maravilla que seas así!”(así de inteligente, de disfrutable, de capaz o de hábil), que decirle “¡Qué maravilloso es que tú existas, que estés sobre el mundo!”[2]
Da risa pensar en alguien que le dice a un moribundo: “te amo con locura; apruebo que tú existas y lo encuentro maravilloso…, por eso voy a desconectarte y aliviarte de este dolor… ¡PARA SIEMPRE!”
Sinceramente,- y lleno de comprensión hacia los que agotan sus días en las camas de los hospitales- pienso que sería un fracaso personal que mi mejor amigo quisiera morirse… ¡al muy cabrón lo estrangulaba!
Una de dos; o nos estamos convirtiendo en piedras, o cada vez entendemos menos del amor humano.
El otro día oí que, en un concurso que imitaba el Parlamento europeo, jóvenes de 16 y 17 años discutían y proponían leyes acerca de la eutanasia voluntaria. El escalofriante dato de la aplastante votación a favor de la muerte me dejó patidifuso.
Bajo el últimamente todopoderoso grito de ¡libertad!, y llenos de una curiosa “humanidad”, nuestros jóvenes intelectuales sentenciaron a muerte, (una muerte digna, eso sí, con música clásica de fondo, para que no se diga), a los pobre infelices que, viendo apagarse la vitalidad de otros tiempos y rotos por el dolor, no se les ocurre otra cosa que pedir el finiquito para abandonar este mundo “de mierda”, (así lo suelen apellidar, sin perdón).
No sé…, quizá podemos plantearnos, como decía un médico que de estas cosas entiende bastante, que cuando un moribundo pide que le manden al otro barrio, en realidad lo que está pidiendo es que le quieran.
Quizá podemos pensar que no se equivocaba Gabriel Marcel cuando escribía aquello de que “Amar a una persona es decirle: tú no morirás”.[1]
¿Y si en lugar de pensar la manera de facilitarles el pasaporte nos propusiéramos de verdad el modo de conseguir que vuelvan a querer vivir?
No me creo que una persona que se sabe querida quiera morirse: “Sí, ya sé que me queréis un montón… yo también os quiero una barbaridad… pero os jodéis, me muero.”
Hay gran diferencia en decirle a una persona “¡Qué maravilla que seas así!”(así de inteligente, de disfrutable, de capaz o de hábil), que decirle “¡Qué maravilloso es que tú existas, que estés sobre el mundo!”[2]
Da risa pensar en alguien que le dice a un moribundo: “te amo con locura; apruebo que tú existas y lo encuentro maravilloso…, por eso voy a desconectarte y aliviarte de este dolor… ¡PARA SIEMPRE!”
Sinceramente,- y lleno de comprensión hacia los que agotan sus días en las camas de los hospitales- pienso que sería un fracaso personal que mi mejor amigo quisiera morirse… ¡al muy cabrón lo estrangulaba!
Japo
[1] Géminis des sins (Misterio del ser), Viena, 1952, pag 472
[2] Cfr. Josef Pieper. El amor. Rialp. Madrid, 1972. pag 50
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